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Gentrificación, la okupación cool del espacio urbano

[dropcap]A[/dropcap]unque el concepto, ‘gentrificación’, lleva más de cincuenta años en boca de expertos, arquitectos, sociólogos, activistas, ecologistas y técnicos, conviene situarnos. Imaginen un barrio humilde de cualquier capital, degradado por la violencia, la droga, la suciedad o la escasa inversión pública que se convierte, poco a poco, en una zona de moda, en un territorio cool, que despierta el interés de clases medias-altas, que deciden mudarse a ellos y, en consecuencia, se despliega el omnívoro poder económico en busca de beneficios, poblándolo con locales consagrados al «acto trivial del consumo», como diría Bauman. Ahí tienen la explicación de este incómodo y deprimente concepto: gentrificación.

Piensen en el madrileño barrio de Chueca unas cuantas décadas atrás. Era una zona obrera marcada por la droga y distinguida por la inseguridad. Hoy en día sus pisos rozan los seis mil euros por metro cuadrado.

Recuerden el barrio barcelonés de Ciutad Vella, tan bohemio, tan decadente en sus recodos, tan proletario en su economía. Ahora, la acción de plataformas de economía colaborativa como Airbnb, a través de las cuales personas de todo el mundo ofrecen alojamiento en sus hogares a cambio de módicas retribuciones económicas, han convertido el barrio en un escenario sin alma, sin vínculos, sin referencias.

«Con la gentrificación, la autenticidad de los barrios se banaliza, se convierten en zonas comerciales, en decorados caros, y los vecinos, los que llevamos toda la vida viviendo en ellos, perdemos el espacio público, perdemos los vínculos, y el paisaje urbano que ya no es el nuestro», explica Ramón Sanz, miembro de la Asociación Vecinal de Lavapiés.

Y es que el tipo de comercio indica el nivel de gentrificación existente. «En los barrios conquistados por el capitalismo desaparece el comercio de proximidad, en especial aquel dedicado a la alimentación. Hay una parte importante de vecinos que, por problemas de movilidad, se abastecen casi en exclusiva gracias a este tipo de negocios. La gentrificación acaba con ellos, porque al hacer del barrio un centro comercial, lo que abundan son locales consumistas, prescindibles, que venden palomitas con sabores, jabones de un millón de olores, ropa de precios abusivos, alcoholes importados y exclusivos… nada esencial, nada necesario», asegura Miguel Pardo, un vecino del barrio bilbaíno de San Francisco.

Como en casi todos los aspectos de la vida, la conclusión depende del ángulo desde el que miremos. «La gentrificación también trae progreso a los barrios. Renovación de fachadas, aperturas de restaurantes, y los puestos de trabajo que ello implica, calles más limpias, más seguridad… ¿Alquileres más altos? Tal vez, pero se pagan los servicios y la calidad de vida». Quien habla es Juan, vive en la casa que heredó de sus padres, en el centro de Malasaña, otra zona madrileña que también acusó la gentrificación.

La gentrificación requiere tiempo. Y el territorio concreto sobre el que actúa no es casual. «La gentrificación es uno de los principales mecanismos de gestión urbana neoliberal, que se oculta bajo conceptos tan ambiguos como regeneración, revitalización o renacimiento», apunta el sociólogo Jorque Sequera, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.

Este artículo es un resumen de la noticia original publicada por Ethic: “Gentrificación, la okupación ‘cool’ del espacio urbano”.